Nuestra aventura por el sur de Francia comenzó en Madrid, rumbo a Marsella, la puerta de entrada al Mediterráneo. Desde allí, la organización de Riverside dispuso un traslado grupal hasta Aviñón, punto de embarque de nuestro crucero fluvial por el Ródano. Son unos 100 kilómetros de carretera, un trayecto que se completa en aproximadamente una hora y cuarto aproximadamente, entre suaves colinas y viñedos que ya anuncian el encanto provenzal.
Llegada a Aviñón y primeras impresiones
Aviñón nos recibió con su silueta majestuosa: las murallas, el Palacio de los Papas, el puente y el brillo del río bajo el sol de octubre. Allí nos esperaba el Riverside Ravel, un barco que impresiona incluso antes de subir a bordo. Su diseño elegante, la atención del personal y el ambiente de calma absoluta nos hicieron olvidar el viaje en un instante.

Nada más pisar cubierta, el equipo nos dio la bienvenida con una copa de champán y una toalla caliente, un gesto que resume la filosofía Riverside: la experiencia comienza desde el primer minuto. Aunque llegamos justo a la hora de comer —algo poco habitual en otras navieras— aquí el servicio se adapta al pasajero. Así descubrimos que Riverside Cruises prioriza la experiencia, no los horarios rígidos.
Check-in y primeros momentos a bordo
Tras el brindis, pasamos por recepción para formalizar el embarque. Allí nos tomaron los datos, una foto para la tarjeta personalizada y la información de la tarjeta de crédito (para posibles servicios extra como masajes, lavandería o bebidas premium). Todo el proceso fue rápido y cordial, incluso sin asistencia en castellano: la tripulación se esfuerza en todo momento por hacerse entender.

Con nuestra llave en mano, nos dirigimos a la suite. El barco cuenta con dos cubiertas de camarotes, conectadas por un ascensor panorámico que facilita la movilidad. Todo el interior está recubierto de moqueta, siempre impecable gracias al constante mantenimiento del equipo.
El servicio Butler, una experiencia de otro nivel
Ya en la suite, nos esperaba nuestro Butler, figura clave en los cruceros de lujo. Él se encarga de todo: desde desempaquetar el equipaje hasta organizar comidas privadas en la habitación. Solo hay que enviarle un mensaje por WhatsApp, y la respuesta es inmediata. Además, una asistente mantiene la habitación siempre lista, con dos servicios de limpieza diarios.
Descubriendo los espacios comunes
El bar panorámico ocupa la cubierta principal, rodeado de ventanales que ofrecen vistas espectaculares del Ródano. Es también el punto de encuentro más social del barco, con acceso a una pequeña terraza delantera ideal para disfrutar del aire o fumar.

En el nivel inferior se encuentra el restaurante principal, de dimensiones similares al bar. Allí se sirve tanto buffet como platos a la carta, en mesas configurables para dos, cuatro o más comensales, lo que favorece la convivencia entre pasajeros.
El puente inferior alberga el gimnasio, la zona de masajes y la lavandería, mientras que el puente sol es puro placer: tumbonas, sofás, mesas y un pequeño bar exterior (que, por cierto, aún no habíamos visto abierto). Desde allí, contemplar la navegación es casi hipnótico.
Comienza la travesía por el Ródano
La navegación comenzó esa misma tarde, sin apenas tiempo para explorar Aviñón. Desde la cubierta superior, observamos cómo el barco se deslizaba suavemente río arriba. En los próximos días, el Ravel nos llevaría por Viviers, Tain-l’Hermitage y hasta Lyon, atravesando pueblos con historia, viñedos infinitos y paisajes que parecen pintados.
Y así, con el aroma del champán aún en el aire y el sol cayendo sobre el río, comenzó nuestro viaje fluvial por el Ródano, una experiencia que prometía ser tan elegante como el barco que nos llevaba.
Adelanto del próximo artículo
En la siguiente entrega, contaremos nuestra primera jornada completa de navegación: desde Viviers y su encanto medieval hasta las actividades exclusivas que Riverside prepara para sus pasajeros.



